En aquel tiempo bajó Jesús del monte con los doce y se detuvo en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Y levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados. Dichosos ustedes los que ahora lloran, porque reirán. Dichosos ustedes cuando los odien los hombres y los excluyan y los insulten y proscriban su nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Eso mismo hacían los antepasados de ustedes con los profetas. Pero ¡ay de ustedes, los ricos!, porque ya tienen su consuelo. ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados! porque tendrán hambre. ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen! porque harán duelo y llorarán. ¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes! Eso es lo que hacían los antepasados de ustedes con los falsos profetas» (Lucas 6,17. 20-26).
1. “Bajó del monte con los doce y se detuvo en un llano con un grupo grande…”
Lo que en el Evangelio de Mateo es el Sermón de la Montaña, en éste de Lucas es lo que podríamos llamar Sermón del Llano (o del Valle), dada la ubicación que respectivamente le asignan a la predicación de Jesús en la cual compendian lo central de sus enseñanzas. El monte al que se refieren es una colina situada junto al lago de Genesaret, en la región de Galilea, al norte de Israel, y cuyo principal puerto pesquero era la ciudad de Cafarnaúm. A orillas de aquel lago había llamado Jesús inicialmente a cuatro discípulos o seguidores de su enseñanza -los pescadores con los que había realizado luego la pesca milagrosa-, completando luego en esa misma ciudad el número de doce, con quienes había subido al monte para orar y designarlos como sus primeros apóstoles o enviados (Lc 6, 12-16). Y el llano al que se refiere Lucas es un valle que se extiende junto al mismo lago.
Ya en otros pasajes anteriores Lucas había mencionado a la gente que se reunía en torno a Jesús, ávida de sus palabras, primero dentro de las sinagogas, destinadas al culto local mediante la reflexión sobre las sagradas escrituras y el canto de los salmos, y luego a orillas del lago. Pero lo más significativo ahora es que aquel “grupo grande” no sólo lo componen habitantes de Galilea, sino también visitantes “procedentes de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón”, éstos últimos siendo puertos del Mar Mediterráneo en el antiguo país de Fenicia, hoy Líbano. Esto quiere decir que la enseñanza de Jesús va dirigida a todas las personas que quieran escucharla, y entre ellas estamos nosotros, a quienes Él se dirige aquí y ahora.
2. Bienaventuranzas y malaventuranzas: una invitación a la esperanza activa
Lucas presenta cuatro bienaventuranzas y cuatro malaventuranzas, mostrando un contraste entre pobres y ricos, entre los que tienen hambre y los saciados, entre los que lloran y los que ríen, entre los perseguidos y los elogiados. A primera vista esta contraposición pareciera invitar, por una parte, a lo hoy se conoce como la “lucha de clases”, es decir, al enfrentamiento entre desposeídos y privilegiados; y por otra, a la resignación pasiva de quienes sufren la injusticia porque, al fin y al cabo, en la otra vida recibirán su recompensa y serán eternamente felices. Pero ninguna de estas interpretaciones corresponde al sentido verdadero de lo que dice Jesús.
Su mensaje no es una invitación al enfrentamiento violento, sino una exhortación a construir relaciones humanas sobre la base de la justicia social, entendida ésta como la equidad que debe reinar en una sociedad en la que todos nos reconozcamos como hermanos, hijos de un mismo Creador. Y por eso mismo su doctrina no pretende la resignación pasiva ante la injusticia, sino que quiere movernos a una transformación constructiva, desde una esperanza activa. En este sentido, el reino de Dios no es un asunto para el más allá, sino el poder del Amor que se hace presente desde ahora si nos disponemos a recibirlo. Y esta disposición es precisamente:
- la de quienes no ponen su confianza en las riquezas materiales ni se apropian en forma egoísta de ellas, sino que se solidarizan con los desposeídos para construir una sociedad justa en la que todas las personas tengan un nivel de vida acorde con su dignidad humana;
- la de quienes tienen hambre y sed de justicia (como dice Jesús en el sermón de la Montaña narrado por Mateo) y se esfuerzan por saciarla en solidaridad con las víctimas de la injusticia;
- la de quienes se solidarizan con los que sufren para buscar junto con ellos alivio y solución;
- la de quienes, por buscar la justicia, sufren la incomprensión y la persecución, como le sucedió al propio Jesús y le puede suceder a toda persona que quiera seguirlo.
3. Jesús resucitado es la razón de nuestra esperanza
En forma pre-figurativa de lo que sería el mensaje de Jesucristo, nos dicen hoy la primera lectura (Jeremías (17, 5-8) y el Salmo responsorial (Salmo 1, 1-6) que son las personas que confían en Dios y viven según su voluntad las que recibirán las bendiciones del Señor; en cambio, las que se encierran en su egoísmo y ponen toda su seguridad en las riquezas materiales, en los vanos honores y en la búsqueda de poder para someter a los demás, serán eternamente infelices.
En el fondo, el discurso de las bienaventuranzas y malaventuranzas es una respuesta, dada por Dios mismo en la persona de Jesús, a la vieja y siempre actual pregunta: ¿por qué a quienes obran el mal les va bien, mientras los que viven honestamente tienen que sufrir sometidos al poder de aquellos? Como respuesta, Jesús dice que el triunfo de los que obran la injusticia y se lucran de ella es sólo una apariencia, porque en definitiva el bien acabará venciendo al mal, el amor al odio, el anhelo de paz a la sed de violencia. La esperanza en el triunfo del bien sobre el mal nace de nuestra fe en Jesucristo resucitado. Como dice al apóstol san Pablo en la segunda lectura (1 Corintios 15,12. 16-20): “Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los seres humanos más desgraciados”. Pero nosotros creemos en Jesucristo como vencedor de la muerte y por lo mismo de todo cuanto se opone a la realización plena de la dignidad humana. Él quiere la felicidad completa de todos, pero para que este anhelo se realice en nosotros desde ahora y por toda la eternidad, es preciso que nos situemos en la onda de su enseñanza, que va completamente en contravía de la falsa felicidad que ofrecen el apego a lo material, la ansiedad de honores y la ambición de poder.
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