v. 16 Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie.
v. 17 Dinos que te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?
v. 18 Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: “Hipócritas, ¿Por qué me tienden una trampa?
v. 19 Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto”. Ellos le presentaron un denario.
v. 20 Y él les preguntó: “¿De quien es esta figura y esta inscripción?”
v. 21 Le respondieron: “Del César”. Jesús les dijo: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
v. 22 Al oír esto, quedaron admirados y dejando a Jesús, se fueron.
INTRUDUCCIÓN
En este texto se continúa con el relato de los enfrentamientos de Jesús con las autoridades judías. En él se encuentra una frase clásica conocida por todos. Ante la pregunta si es lícito pagar el impuesto al César, Jesús responde: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Frase frecuentemente entendida en forma incorrecta, ya que es interpretada por la mayoría como si se estuviera hablando de “dominios separados”. Por un lado el tema político y por el otro lo religioso. Esta interpretación, como se verá, está lejos de lo que en realidad quiso decir Jesús.
v. 15 Después de las duras palabras dirigidas por Jesús a las autoridades del pueblo, reflejadas en las parábolas precedentes, los fariseos se reúnen para buscar el modo de comprometer su opinión respecto al poder político de su época, con el fin de encontrar un motivo para acusarlo.
v. 16 La delegación que envían, además de sus propios discípulos, la integran los herodianos, judíos partidarios de la monarquía de Herodes y simpatizantes del poder romano y por consiguiente considerados traidores de su pueblo. Lo curioso es que para el “ataque” se unieron dos partidos que tenían profundas diferencias entre sí: los fariseos que proclamaban que sólo Dios es rey y los herodianos que obedecían sumisamente al rey Herodes. Pero con tal de deshacerse de Jesús no les importó olvidar sus antiguas diferencias.
Herodes era el rey que gobernaba parte de la Palestina en tiempos de la predicación de Jesús (no es el mismo Herodes que gobernaba en el momento de su nacimiento, sino uno de sus hijos), quien como su padre, contaba con el apoyo de Roma.
Los recién llegados se dirigen a Jesús cortésmente (“Maestro”) y preparan el terreno alabando su enseñanza y su valentía y que no tiene en cuenta la posición social de las personas.
v. 17 La pregunta de los fariseos y herodianos se refiere a la obligación de pagar tributos al emperador. (César no era un nombre propio, era el título con que se designaba al emperador). El pago de los impuestos era una cuestión muy discutida, pues era el signo más evidente de la dominación romana y los judíos se quejaban por que no solo tenían que soportar a los invasores, sino que también debían efectuar un aporte para el mantenimiento de sus tropas.
Los que se acercaron a Jesús no preguntan si es lícito no pagar, sino si es lícito pagar, es decir, si al pagar los impuestos no se estaría pecando.
Pero el Evangelio dice que ellos preguntaban con manifiesta mala intención. Si Jesús respondía que se debía pagar, ellos podían acusarlo diciendo que el Señor aceptaba otro dios, que era el César, que además se convertiría en un mal ciudadano judío ya que estaba reconociendo como legítimo al gobierno invasor y además se pondría en contra de toda la gente que le seguía que no estaba de acuerdo con el pago de los impuestos Pero si Jesús decía que no se debía pagar, los partidarios de Herodes podían acusarlo de revolucionario y enemigo del emperador.
Los judíos estaban obligados a pagar a los romanos, los siguientes impuestos:
Tributum soli: Gravamen sobre la propiedad. Dependía del tamaño de la propiedad, de la producción y del número de esclavos. Los fiscales controlaban y fijaban el monto a pagar.
Tributum capitis: Impuestos personales. Incluía a hombres y mujeres entre 12 y 65 años. Era el impuesto al trabajo que ascendía al 20% de los salarios.
Corona de oro: Originalmente era un regalo al emperador pero se convirtió en un impuesto obligatorio. Se cobraba en ocasiones especiales como fiestas y visitas del emperador.
Impuesto a la compra-venta: Se pagaba un “centésimo” en cada transacción comercial. Los fiscales de la feria cobraban este impuesto. Para compra venta de un esclavo se cobraba el 4%.
Peaje o aduana: Para la circulación de mercaderías el impuesto lo cobraban los publicanos.
Gasto especial para el ejército: El pueblo estaba obligado a hospedar a los soldados; los campesinos a pagar cierta cantidad de alimentos para el sustento de la tropa.
Además de estos impuestos, el pueblo debía pagar para el mantenimiento del Templo y el Culto, los siguientes tributos:
Shekalim: impuesto para el mantenimiento del Templo.
Diezmo: impuesto para la manutención del clero.
Primicias: impuesto para el mantenimiento del culto.
El pago de esta gran cantidad de impuestos se había convertido en una carga insoportable para el pueblo. Además consideraban una vergüenza que el pueblo elegido por Dios, tuviera que pagar impuestos al imperio opresor.
v. 18 Jesús no se deja engañar y denuncia la hipocresía de sus interlocutores: el escrúpulo de que hacen alarde es falso; su única intención es ponerlo en una situación difícil.
v. 19 Jesús antes de contestar si es lícito o no pagar el impuesto a los romanos, quiere ver la moneda que ellos usan para pagar dicho impuesto. Los que fueron a interrogarle sacan entonces una moneda de un denario y se la muestran. El denario equivalía a una jornada de trabajo de un obrero y tenía una significación muy relevante: era sagrada para los romanos y era blasfema para los judíos, que procuraban no tocarla siquiera. Sobre una cara de la moneda estaba representada la figura de Tiberio rodeado de una corona de laurel, símbolo de la divinidad. Al reverso aparecía Livia, viuda de Augusto y madre del emperador, sentada sobre el trono divino. La inscripción según la traducción griega decía: “Emperador Tiberio, hijo adorable del Dios adorable”.
v. 20-21 Una vez que han mostrado la moneda, Jesús les hace una pregunta: “¿De quién es esta figura y esta inscripción?”. Ellos habrán quedado muy sorprendidos con la pregunta, ya que era imposible que Jesús no supiera algo que en ese momento y en ese lugar todos sabían: las monedas de los romanos llevaban la imagen y la inscripción del César. Y eso es lo que ellos respondieron: “Del César”.
La repuesta de Jesús: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, es del todo inesperada y toma por sorpresa a sus interlocutores.
Los fariseos hablaban de “pagar” al César. Jesús habla de “devolver” la moneda al César. Son cosas distintas (en el original griego, los verbos usados lo dicen con claridad) En el denario estaba la figura del emperador, por lo tanto el dinero pertenecía al opresor romano. En la pregunta de los fariseos estaba insinuada la posibilidad de no pagar el tributo, pero también de quedarse entonces con el dinero. Su pretendido nacionalismo no llegaba sino hasta allí. Jesús va a la raíz: es necesario erradicar toda dependencia frente al dinero. No se trata sólo de romper con el dominio político del emperador, es necesario rechazar el dinero del César (“devuelvan”) para romper con la dependencia económica que los oprimía.
La segunda parte de la frase de Jesús, es mucho más relevante, es la que realmente tiene importancia: “den a Dios lo que es de Dios”
La cuestión del tributo pasa a segundo plano. Lo que Jesús les quiere decir es que la moneda pertenece al emperador, pero ustedes pertenecen a Dios. La moneda que lleva la imagen del emperador, se la deben al emperador, pero ustedes los hombres que llevan la imagen de Dios (Gn. 1, 26) se deben ustedes mismos a Dios. El reino del César pasa, el Reino de Dios viene y no pasa.
Jesús ha respondido a la consulta sobre si es lícito o no pagar el impuesto al César, estableciendo claramente que el hombre se encuentra ante dos autoridades que se debe respetar. Y el César, como todos los hombres, también debe dar a Dios lo que es Dios.
APORTES DE LA MEDITACIÓN
¿Vivimos en nuestra vida las virtudes que los discípulos de los fariseos y los herodianos destacan en Jesús?
¿Nos desembarazamos de todo lo que no es de Dios o muchas veces aceptamos lo que nos conviene?
¿Nos empapamos de Dios, de su Evangelio, para que lleguemos a llevar en nuestro interior “lo que es de Dios” y esto nos marque toda la vida?
¿Velamos por considerar qué “cosas” son de Dios o del Evangelio antes de quedarnos con nuestros criterios personales o del tipo de gente con las que nos relacionamos?
¿Estamos atentos para asombrarnos ante la sabiduría de Dios que se muestra en su palabra y en su enseñanza?
APORTES PARA LA ORACIÓN
En la oración, el diálogo se realiza, en primer lugar, en intimidad personal con el Señor, luego se pone en común (en el caso de hacerlo comunitariamente). Damos solamente dos ideas posibles para estos pasos: Una pequeña oración, o un signo.
Señor:
Tú que estuviste siempre junto a tu pueblo
y no quisiste darle respuestas falsas
ni promesas vanas,
concede a nuestros gobernantes
que sepan descubrir
y realizar lo que nuestro pueblo
necesita en este momento.
Si el encuentro se desarrolla a nivel comunitario puede servir hacer un signo: darle a cada participante una moneda y una cruz o medallita con la cara de Jesús. Invitarlos a contemplar cada una, y a mirar su propia vida y pensar a qué señor servimos: a Jesús o al dinero.
CONTEMPLACIÓN ACCIÓN
En el último paso de la Lectura Orante nos parece bueno recomendar que dejemos unos buenos minutos para contemplar todo lo que el Señor nos ha dicho con su Palabra, lo que le hemos dicho a través de la oración, y sobre todo descubrir a qué nos comprometemos, qué acción para transformar nuestro pequeño mundo realizaremos. Siempre debe ser algo muy concreto y en coherencia con lo que el Señor nos pide en su Palabra.