En este post quisiera profundizar en algunos aspectos que pueden ayudarnos a entender de qué se trata este asunto de los carismas en la Iglesia.
1. Los carismas son regalos del Espíritu Santo
Debemos comenzar por lo esencial. Sabemos que cuando Jesús reúne a sus discípulos y les encomienda la tarea de anunciar su Evangelio, les promete que no estarán solos en esta misión, y les envía el Espíritu Santo. En Pentecostés los apóstoles son bendecidos con diversos dones para su misión, y a lo largo de la historia el Espíritu sigue bendiciendo a cada uno de nosotros. A estas gracias del Espíritu las podemos llamar carismas (la palabra carisma viene del griego charis y se traduce como gracia). Son precisamente estos regalos que recibimos, cada uno o de manera colectiva, para edificar la Iglesia y para el servicio de los demás. El Espíritu no solo actuó en esa ocasión, continúa haciéndolo hoy, Él es quien anima, alienta y sigue edificando a la Iglesia.
2. Son una riqueza para la Iglesia y para el mundo
El propósito de estos regalos es seguir edificando la Iglesia, seguir propagando el Evangelio, para mantener viva la misión original de hacer presente la Buena Nueva y comunicarla a todos los hombres. Estos dones del Espíritu requieren de la generosa colaboración de quienes los reciben, de la disposición no solo de acogerlos sino de ponerlos en servicio de este propósito, de hacerlos fructificar.
3. Dios actúa a lo largo de la historia. Su acción es dinámica, viva, llena de sorpresas
Es muy consolador saber que la acción de Dios se mantiene a lo largo de más de 2000 años y que es la garantía que la Iglesia perdure; incluso sabiendo de las debilidades humanas, de tantas fragilidades y de tantos pecados. Dios, que se mantiene fiel a su intención, sigue actuando en cada momento histórico. Él otorga sus carismas (que son respuesta para el hombre situado en un momento histórico específico) a quienes quiere.
4. Los carismas son concretos y reales
Cuando el Espíritu Santo ha regalado a la Iglesia diferentes carismas, estos se han concretado y se han hecho reales a través de personas que los han expresado a través de su vida y de sus obras. Podemos recordar en la historia de la Iglesia distintas expresiones y rostros concretos, por ejemplo: san Agustín, san Benito, san Francisco de Asís, santo Domingo, santa Teresa, san Ignacio de Loyola, san José María Escrivá, entre otros. Cada uno, en una época con necesidades particulares, van plasmando una espiritualidad que, aunque distintas entre sí, no se han alejado de la Espiritualidad única de la Iglesia sino que la han enriquecido. No es que ellos se hallan inventado una manera de vivir la fe, sino que han respondido a un llamado que Dios les ha regalado para edificar a su Iglesia.
5. El Espíritu de Dios nos une a pesar de nuestras diferencias
¿Cómo mantener la unidad de la Iglesia si hay diferentes carismas y espiritualidades? La manera como podemos aproximarnos a esta diferencia es desde la complementariedad, es decir valorando la riqueza que cada experiencia puede aportar. Podrá pensarse por ejemplo que los más valiosos son los carismas misioneros, apostólicos, que hacen muchas obras concretas para ayudar, para evangelizar y menospreciar el valor de los carismas contemplativos, que acentúan la vida de oración, de recogimiento, de silencio. Ambos se complementan y cada uno aporta una riqueza para el propósito común.
6. Somos distintos, pero de la misma familia
«Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1 Cor 12,4).
La Iglesia que quiso Jesús es Universal, ella es capaz de acoger y abrigar a todos. Las diferencias que tenemos (incluso lo que hacemos parte de una misma familia) son una riqueza; no todos estamos llamados a ser iguales. Piensa por ejemplo en tu propia familia: en ella hay diferencias, en las personalidades, en las opiniones, en las maneras de aproximarse a la realidad, en los gustos, etc. Lo que los une no es que todos sean iguales, sino el amor que se tienen y el objetivo y propósito común. Analógicamente la Iglesia permanece unida a pesar de distinciones, gracias al Amor de Dios, al Espíritu Santo.
7. ¿Por qué competir? Vamos a construir
«La comunión en la Iglesia no es pues uniformidad, sino don del Espíritu que pasa también a través de la variedad de los carismas y de los estados de vida. Éstos serán tanto más útiles a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el respeto de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de que fructifique para el Señor en el crecimiento de la fraternidad y de la misión» (Juan Pablo II).
Dada la diversidad y la variedad de carismas que el Espíritu ha suscitado, a veces pudiera pasar que uno se pregunte si es que hay uno mejor que otro, incluso en algunas ocasiones parece que entre miembros de diferentes grupos y movimientos eclesiales hubiera comparaciones o hasta competiciones. Si se comprende que no se trata de mostrar quien es mejor, sino reconocer que cada uno es valioso porque ha sido querido por Dios en algún momento, se podrán enfocar las diferentes acciones en una misión común que edifique a la Iglesia.
8. No hay mejores ni peores
El valor que representa cada uno de los carismas está dado por el amor con el cual Dios los ha querido que existan y embellezcan a su Iglesia. Una figura bonita es pensar en la Iglesia como un gran jardín, y los carismas como distintas flores que pueden ocuparlo. Si todas las flores fueran iguales sería bonito, pero, ¡qué hermoso sería este jardín entre mayor variedad de colores, formas y aromas tuviera! flores distintas que enriquecen, aportando cada una lo propio de su ser.
«Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo» (Catecismo 799).
9. Somos una sola Iglesia
¡Qué grande es nuestra fe! ¡Qué don más grande hemos recibido de Dios! tan grande que no se agota con el paso de los años, no se agota a pesar de muchas maneras de expresarla. La fe que hemos recibido es maravillosa y nos debe llenar de esperanza, que a pesar de que el mundo constantemente cambie, con desafíos novedosos que nos pareciera no saber cómo responder, la misericordia de Dios es mayor y nos sorprende siempre con su presencia, con la creatividad propia de su Espíritu que se las ingenia para ofrecer al mundo lo que necesita, a través de sus dones y sus carismas que se encarnan en personas y realidades concretas.
10. Nuestra misión es única
Finalmente, hay que recordar que los carismas en la Iglesia, entendidos como esos dones de Dios, siempre han tenido una intención y un propósito: manifestar el amor de Dios en el mundo, el amor misericordioso que Dios tiene a cada uno de los hombres. La Iglesia de Cristo es la expresión más real y cierta de que Dios nos ha amado, nos ama y nos amará eternamente. Dios quiere que todos los hombres encuentren la Salvación y los carismas son esos detalles bondadosos que tiene para manifestar esta realidad.
*Para aprender más sobre la Iglesia y los carismas te recomiendo consultes en el Catecismo los numerales 787 al 801.
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