Adoramos a Cristo Rey con la Virgen María. Meditamos en su realeza al compás de los misterios del Rosario: la infinita grandeza de su pequeñez en los misterios gozosos, su poder divino en los misterios luminosos, su trono real en los misterios dolorosos y su exaltación como Rey universal en los misterios gloriosos.
PRIMERA LECTURA. Profeta Daniel 7, 13-14. La visión del Profeta.
La visión profética de Daniel anuncia el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso, cuando se presentó ante el Padre, se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblo, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará...
La realeza de Cristo.
Cristo es Rey universal y eterno. No se trata de una realeza humana. Se trata de la Realeza divina. Tiene su origen eterno en el Padre: el Hijo es Dios como el Padre. La Realeza de Cristo se manifiesta en su humillación y obediencia hasta la muerte y muerte de cruz... por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble... y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (Cf. Fil.2,8-11).
El trono de la realeza de Cristo.
Paradójicamente, la realeza de Cristo tiene su trono en la Cruz. Cristo es nuestro Rey porque es nuestro Redentor. Nosotros somos súbditos suyos porque hemos sido rescatados del pecado al precio de su sangre.
A los pies de la Cruz, adoramos a Cristo, nuestro Rey, y nos comprometemos a vivir y a obrar como súbditos suyos. Recordamos la invitación del Siervo de Dios Juan Pablo II:La solemnidad de hoy nos ofrece una ocasión para confirmar nuestra sumisión espontánea y convencida a la adorable realeza del Señor; y también para comprometernos a difundir su reino en el mundo con todas nuestras fuerzas. Es Jesús quien nos dice `Tengo sed' y nos invita a que le acerquemos las almas" (Hom.Cto. Rey, 1991, 3d).
Invocación mariana.
Virgen María: Tú eres prototipo de sumisión a la realeza de Cristo. Enséñanos cómo aceptar planamente el Reinado de Cristo, reino de gracia y santidad, cómo ser testigos del Reino y cómo hacerlo crecer saciando la sed misionera de Cristo desde el trono de la cruz.
SEGUNDA LECTURA. Apocalipsis 1, 5-8. Creemos en la realeza de Cristo.
Creemos que Cristo es nuestro Rey, único y trascendente. El libro del Apocalipsis contempla a Cristo triunfante en el cielo. Es el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra... A El, la gloria y el poder por los siglos de los siglos porque nos amó, nos ha liberado de nuestros pecado por su sangre, nos ha convertido en un reino y hechos sacerdotes de Dios, su Padre.
Creemos que Cristo Rey volverá -la segunda venida- según profesamos en el Credo: Creo que... subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Será el cumplimiento de la palabra del Apocalipsis:Mirad!. El viene en las nubes. Todo ojo le verá; también los que le atravesaron..."
Somos súbditos de Cristo Rey.
Somos peregrinos, parte viva del misterio de la Iglesia que nace del costado de Cristo muerto en el trono de la Cruz. Estamos llamados a recorrer un camino de obediencia, entrega y amor a Cristo hasta que vuelva como Rey universal para juzgarnos en el amor y pasemos a formar parte de su corte real en el Cielo.
Invocación mariana.
Madre de Dios: Tú participas privilegiadamente de la realeza de Cristo, por eso, eres asumpta al Cielo en cuerpo y alma y coronada como Reina. Enséñanos a caminar como súbditos fieles para alcanzar el triunfo eterno junto a Cristo Rey.
TERCERA LECTURA. San Juan 18, 33-37. La afirmación de Cristo.
Pilatos pregunta a Cristo si es rey. Jesús le contestó:... Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".
¡Soy Rey! afirma Cristo. Por lo tanto, le pertenecemos, somos suyos. Renovamos nuestra entrega personal, familiar y social a Cristo, que ha de traducirse en el empeño de vivir según la verdad y la caridad en la gran familia de la Iglesia bajo la guía del padre común que es el Papa.
Nuestra actitud.
Por lo tanto, hemos de esforzarnos para que Cristo reine en nuestras almas por la gracia, la verdad y el amor. Consecuentemente, hemos de vivir como súbditos fieles de Cristo y dar testimonio de su Realeza en medio del mundo según el don de la vocación y misión que cada uno ha recibido en la Iglesia...
Invocación mariana.
Virgen María: te proclamamos Reina porque eres la Madre del Rey. Nos consagramos enteramente a Ti como la mejor manera de ser y obrar como súbditos fieles de Cristo Rey.
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