En aquel tiempo exclamó Jesús: «Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te pareció mejor.» Y luego dijo a sus discípulos: «Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontrarán su descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» (Mateo 11, 25-30).
En este texto encontramos tres temas de reflexión: 1º- Jesús alaba al Padre porque revela sus maravillas a los sencillos. 2º- Jesús dice que sólo a través de Él podemos conocer a Dios. 3º- Jesús se presenta como el Maestro cuyo modo de enseñar contrasta con el de los doctores de la ley. Tratemos de aplicarlos a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas de hoy [Zacarías 9, 9-10; Salmo 145 (144) 1-2.8-11.13-14; Romanos 8, 9-13].
1. “Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”
En el Evangelio de Lucas (10, 21-22) encontramos esta misma exclamación de Jesús después del regreso de los 72 discípulos que Él había enviado a proclamar la buena noticia del Reino de Dios, cuando ellos le contaron cómo habían podido vencer los poderes del mal (Lucas 10, 17-20). En el de san Mateo, que es el propio de este domingo, el contexto corresponde a la respuesta de Jesús a los seguidores de Juan Bautista cuando le preguntaron si Él era el Mesías esperado: “Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida, y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11, 4-5).
El mensaje central de ambos pasajes es que Dios se muestra como un Padre misericordioso a quienes reconocen humildemente su necesidad de salvación, y “las cosas” que Él les revela son los hechos liberadores en los cuales se manifiesta su Reino, que es el poder del Amor, encarnado en su Hijo Jesucristo, imagen visible de Dios que. con su corazón abierto, humilde y sencillo, nos invita a confiar plenamente en su misericordia infinita.
Para reconocer estos hechos se necesita una disposición diametralmente opuesta a la arrogancia de quienes se consideran sabios y entendidos, que presentan una imagen falsa de Dios, distante e implacable. Jesús se refiere así a los doctores de la Ley que oprimen al pueblo con prescripciones basadas en el miedo, muy distintas del reconocimiento del Dios clemente y compasivo, lento a la cólera y rico en piedad, bueno y cariñoso (Salmo 145).
2.- “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”
Cinco veces aparece el término Padre en este pasaje del Evangelio. La novedad y la esencia de la buena noticia proclamada por Jesús de palabra y con sus propios hechos liberadores es precisamente que nuestro Creador es un Padre compasivo y misericordioso. A este Dios verdadero no podemos conocerlo tal como es -como el Dios que es Amor- sólo por nuestro propio esfuerzo, sino que es Él mismo quien se nos da a conocer en la persona de Jesucristo y por la acción de su Espíritu Santo. Y esto sólo quiere hacerlo posible para quienes estén dispuestos a acogerlo con sencillez de corazón.
El Espíritu Santo habita y actúa en nosotros -como dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura- cuando lo que rige nuestra existencia no es lo material y exterior (“la carne”), sino que abrimos humildemente nuestras mentes y corazones a una vivencia interior de Dios: “Ustedes no están sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes”. Sólo cuando estamos abiertos a esta vivencia espiritual, podemos reconocer la acción de Dios en la naturaleza, en las personas y en los acontecimientos cotidianos.
3.- “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré; carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”
La actitud de mansedumbre y humildad que caracteriza a Jesús y que contrasta con la arrogancia de quienes ostentan su poder despreciando a los demás, había sido anunciada unos 550 años antes por el profeta Zacarías, quien se refirió al Mesías prometido con la imagen que nos presenta la primera lectura (Zacarías 9, 9-10), la misma que evocaría el evangelista san Mateo al relatar la entrada de Jesús a Jerusalén pocos días antes de su pasión (Mateo 21, 4-5): “Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno”.
Los doctores de la Ley contemporáneos de Jesús y de los inicios del cristianismo imponían cargas pesadas sobre la gente, agobiándola con normas legalistas. Habían convertido la religión en un conjunto de prácticas externas desligadas de lo esencial, vacías de espíritu, vacías de amor, vacías de Dios. Jesús, en cambio, se presenta a sí mismo como el Maestro paciente que, sin imposiciones autoritarias, sin humillar a los demás como lo hacían aquellos “doctores” -y como lo hacen siempre los que se creen “sabios y entendidos” despreciando a quienes no tienen sus conocimientos-, nos invita a reconocer a Dios como un Padre compasivo y a vivir la ley interior del amor, para lo cual Él mismo nos ofrece la comunicación de su Espíritu.
Abrámosle espacio entonces en nuestras mentes y corazones al Espíritu Santo, para que nos disponga a dejarnos enseñar por el Maestro que mejor puede guiarnos hacia una experiencia vital de Dios: nuestro Señor Jesucristo, que nos muestra con su actitud compasiva el rostro misericordioso de Dios y que nos enseñó el camino de la verdadera felicidad no sólo con sus palabras, sino con su ejemplo, hasta la entrega de su propia vida.
Nota: Hoy se celebra en Colombia la fiesta de Nuestra Señora de Chiquinquirá, patrona de esta nación y a quien invocamos como Reina de la Paz. Como en todos los casos de manifestación de la Santísima Virgen María, el reconocimiento de su presencia espiritual intercesora sólo es posible para la gente sencilla. Con Jesús alabemos a Dios Padre porque ha revelado esta presencia precisamente a los sencillos y humildes de corazón, y pidámosle intensamente es misma disposición de parte nuestra para que podamos reconocerla con fe y con esperanza.
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